lunes, 5 de abril de 2010

Lo que cultivo me cultiva...


Termino de escribirle y me pregunto si vale la pena seguir diciendo lo que todos saben sólo porque les gusta recordarlo.

El ego del hombre es como un sapo buscando aparearse después de una lluvia bajo la luna llena, nada más frenético que esa criatura viscosa, esa máquina de kilométricos ruidos y perturbadora mirada. No descansará hasta saciar sus desesperadas glándulas para ofrecerle al mundo más de si mismo. Un sapo es el ego, con respiración branquial en la fase larvaria y pulmonar en estado adulto, un ser resbaloso capaz de devorar todo cuanto quepa en sus fauces, no importa si se trata de su propia sangre, todo cuanto pueda ser devorado deberá ocultarse de su brillante mirada o ser mas grande en cualquier sentido aunque eso signifique a veces ser también más despreciable.

No, nada tienen que ver los sapos con los monstruos mitológicos que imagina mi sencilla mente figurando mis desatinos, se trata más bien de sombras perseguidoras que siguen el rastro que les dejo, los trozos de esperanza que se caen de mis bolsillos. Creo que me alcanzarán, a veces les temo, a veces tengo hambre.

Es noche luna llena.

Hoy llovió y todavía está nublado.


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