lunes, 3 de noviembre de 2014

Ultima Hora



Te tengo noticias, te odio.

Pero por odiarte no voy a quemar tu casa, solo me haré los días más amargos cuando llegues a molestar al amanecer, como los pájaros, o bien entrada la noche, como esa perra que tuve y que me despertaba de un brinco cuando corría sobre mi habitación porque escuchaba al vigilante acercarse soplando alcohol o aguapanela por entre ese horrendo pito barato. Yo la amaba a pesar de los sustos y el ruido, era dócil, le gustaba bañarse agazapada en los días soleados, me llevaba a rastras a casa cuando estaba ebrio y perdido, se llamaba Jezabel y un día alguien sin alma la envenenó. 

Te voy a odiar como en la noche que me llamaste, ebria, a pedir que te abriera mis cobijas para venir a mi encuentro y me negué, enloquecía por tenerte y me negué, porque sabía que al final te iba a odiar. Heme aquí, soy un profeta, soy el verbo y la carne de mis profecías, y la carne de esos gusanos insaciables que me dejó tu amor, que un día serán moscas y volverán a ti. 

Quisiera que un día aparezcas y me digas otras cosas, cosas diferentes. Que hagas algo. 

Hay un recuerdo tuyo que me pesa, de tantos que tengo ese me pesa porque finalmente en el se resume nuestra historia o esa historia que hice con los dos. Creo que fue una mañana soleada, bella, yo iba en el bus pensando en cualquier cosa, adorando el viento frio que siempre abunda por aquí, ignorando la peste del centro de la ciudad y por ahí entre la gente venías tu, como si vinieras a mi encuentro. Pero la vida ya nos había puesto en papeles bien distintos, ustedes hacían la historia y yo era un espectador, cambiando canales, condenado a solo ver una secuencia fugaz de la parte importante y seguir. Entonces, noté que no elegías tú el camino, sino que alguien más lo marcaba, delante de ti, flaco, como de mi altura, pensando en cualquier cosa, estaba él. 

Esa es la cámara lenta que siempre me ha gustado, ese placer jodido, que te arruina al instante. Yo te vi, ¡ibas con el cabello suelto! Para mi algo erótico, estando tan abierto como estaba, sabiendo que no acostumbras llevarlo así. Sabiendo que cuando me enamoré de ti completa, comencé por tu cuello, visto a media luz desde atrás y fue implacable, no pude parar nunca. Y por eso para mí, ese cabello que solo vi suelto algunas pocas veces, una vez mientras fumabas y pintabas, otras mientras hacíamos el amor. Te vi así. Me enamoré otra vez. Te perdí otra vez. Te vi pasar. El te llevaba a una parte que no se, sin duda no tan mágica, se notaba en su mirada -creo que tenía mirada- y su forma de caminar (me parece). En realidad él para mí fue una mancha gris, por todo lo que eras tú, así. 

Ese viento que movió tu cabello entro por la ventana sucia, acompañado de polución, chismes y ofertas, me acarició la cara, casi pude percibir tu aroma o lo imaginé entre el caos, viajó a mi pecho y se convirtió en un hoyo negro desde donde debí continuar abismado, hasta llegar a no sé donde, porque de esas banalidades ni siquiera me acuerdo. 

Siempre supe que estaba perdido, ahora sigo tan perdido como entonces… De repente mañana, me parte un rayo y me toca otra vida, en la que tenga que protagonizar esa historia importante que otros puedan admirar con esa rabia, que les marque la vida para que deseen fervorosamente la suficiente disciplina, persistencia y claridad para rechazar el mundo y entonces puedan iluminarse. Todo por esa pútrida envidia, por haber visto una mancha gris que se apoderaba del más maravilloso sol y le llevaba muy lejos, hasta nunca. Hasta la más perfecta incertidumbre, que entonces desorientaba a los átomos locos que sin más que hacer chocaban y hacían chispas y fuego y devoraban cualquier cosa, así en la nada. 

Ahora somos fantasmas. En la tarde, en la noche, en cualquier momento, cuando estoy en algún rincón tratando de rearmar mi esperanza o mi coraje, subo de nuevo a ese tonto bus, con destino a otra parte y espero que aparezcas, diciendo algo, haciendo algo raro, nuevo, cambiándome el futuro… no pasa. 

Te veo de lejos, tengo una rosa atorada en mi garganta, sonrío al verte porque quiere salir, no porque me agrades, porque quiere salir y me corta por dentro y todo me sabe a sangre, es una sonrisa de muerte, no te creas, es la verdadera esencia de mi amor, una desdichada flor que atormenta y enmudece a quien le permitió emerger desde su sórdida semilla, mientras le obliga a sonreír, sedienta, esperando que las lágrimas encuentren el curso hacia la boca y luego hasta sus raíces en ese oscuro bardo mal llamado corazón.

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